Karol Wojtila y el judaísmo
El Papa en el Muro de los Lamentos
Lunes 27 de Marzo 2000
«Paz». Esta fue la primera palabra que pronunció Juan Pablo II a llegar a Ammán el pasado 20 de marzo con motivo de su peregrinación a Tierra Santa y éste ha sido el claro mensaje que ha querido dejar en su último día de estancia en Jerusalén.
La
segunda etapa del último día del Papa en Jerusalén fue la visita al famoso «Muro
de las lamentaciones», erigido por Herodes como contención de la explanada del
Templo. Es el lugar sagrado por excelencia para los judíos, quienes rezan y
lloran en recuerdo del antiguo esplendor de Jerusalén e introducen pequeños
mensajes votivos en los agujeros de los bloques de piedra. Juan Pablo II también
quiso poner su propio trozo de papel. Se trata de la oración que leyó el 12 de
marzo en Roma en la que pedía perdón, entre otras cosas por los sufrimientos
causados por los hijos de la Iglesia a los judíos. Una petición de perdón que
quiere ser también un compromiso a favor de la auténtica fraternidad con el
pueblo de la Alianza. Fue un momento emocionante: el pontífice se dirigió solo
hacia el Muro y allí oró unos minutos antes de colocar el papel en uno de los
intersticios. Luego posó su mano derecha en el Muro, antes de santiguarse.
El Papa reza ante el muro de los lamentos, al frente copia del documento del
perdón que colocó en una de las grietas del muro e trata de dos momentos
simbólicos de esa paz que ha venido a promover el Papa con su peregrinación a
Tierra Santa y que en este mismo día atravesaba una fase decisiva con el
encuentro entre el presidente de Estados Unidos Bill Clinton y el de Siria,
Hafez al-Assad.
En este sentido, el portavoz vaticano, Joaquín Navarro-Valls ha divulgado a la
prensa la noticia de que la Santa Sede ha intervenido ante las autoridades de
Israel para pedir que se reexamine la cuestión de la mezquita de Nazaret. Se
trata del proyecto de un grupo fundamentalista islámico de esa ciudad que
pretende construir una mezquita en la plaza de la Basílica de la Anunciación,
uno de los lugares más visitados por los cristianos en Tierra Santa. El gobierno
de Israel ha apoyado este proyecto a pesar de que los islámicos han invadido el
terreno por la fuerza y en varias ocasiones han atacado a los cristianos al
salir de importantes celebraciones eucarísticas. El templo, según la Santa Sede,
no responde a las necesidades de culto de la comunidad islámica, que ya cuenta
en la zona con otras mezquitas, sino que quiere ser una provocación (los
católicos del lugar dicen una amenaza) contra los peregrinos cristianos.
Si entre un millón de imágenes se tuviese que elegir el
retrato más conmovedor del pontificado de Karol Wojtyla, seguramente habría que
escoger las fotografías tomadas a las doce del mediodía del domingo 26 de marzo
del año 2000 ante el muro de las Lamentaciones de Jerusalén: un anciano vestido
de blanco deposita con manos temblorosas un pedacito de papel en una de las
ranuras de la muralla bíblica.
Decía el papel: "Dios de nuestros padres, Tú has escogido a Abraham y a su
descendencia para que tu Nombre fuese llevado a las gentes. Estamos
profundamente apenados por el comportamiento de cuantos en el curso de la
historia han hecho sufrir a estos tus hijos y pidiéndote perdón, queremos
comprometernos en una auténtica fraternidad con el pueblo de la Alianza.
Firmado: Juan Pablo II".
Aquella imagen dio la vuelta al mundo, emocionó a millones de personas,
sorprendió a otras muchas y entreabrió una puerta que parecía atrancada, la del
reencuentro de los seguidores del Nazareno con sus hermanos mayores del Arca de
la Alianza.
El documento depositado en el muro de las Lamentaciones y posteriormente
trasladado por las autoridades israelíes al memorial del Holocausto es hijo de
uno de los momentos estelares del largo pontificado de Karol Wojtyla: el jubileo
del año 2000. Es uno de los fragmentos más interesantes del mea culpa entonado
con toda solemnidad en la gran ceremonia de petición de perdón por los pecados
de la Iglesia, que tuvo lugar apenas dos semanas antes de la visita a Jerusalén,
en la basílica de San Pedro de Roma.
El tiempo y los sucesores de Juan Pablo II dirán cuál ha sido el peso real de
aquel acto de purificación, cuál es el verdadero alcance de una ceremonia,
seguramente magnificada por la moderna industria de la comunicación, ávida de
gestos contundentes. Pero la historia no podrá pasar por alto al menos dos
datos: el extraordinario impacto que tuvo en la opinión pública y las
dificultades de su lenta gestación intramuros, el sordo forcejeo que durante
meses se vivió en el interior del Palacio Apostólico, ya que sectores
importantes de la curia y del colegio cardenalicio eran abiertamente contrarios
a una solemne ceremonia de arrepentimiento.
Cardenales e intelectuales católicos de corte conservador, como el escritor
Vittorio Messori, uno de los publicistas más eficientes de la prensa italiana,
no dudaron en expresar públicamente su perplejidad ante una iniciativa que podía
socavar la autoridad de la Iglesia ante las futuras generaciones. Tampoco se
respiraba mucho entusiasmo aquellos días en algunos palacios episcopales
españoles. Un silencio sepulcral fue la respuesta de la cúpula eclesial
presidida por el cardenal arzobispo de Madrid, el muy prudente Antonio María
Rouco Varela.
Aunque la oración de mea culpa fue limada a última hora por el maestro de
ceremonias de la Santa Sede, monseñor Piero Marini, en un intento de apaciguar
los ánimos, la tozudez del anciano Papa pudo más que todas las reticencias
curiales. El domingo 13 de marzo del año 2000, Juan Pablo II pidió siete veces
perdón por los pecados cometidos a lo largo de la historia en nombre de la
Iglesia católica: por los abusos cometidos en la evangelización de los pueblos,
por las persecuciones de los tribunales de la Santa Inquisición, por el uso de
la violencia por parte de los hombres de la Iglesia, por la división de la gran
familia cristiana por la voluntad de dominio en la relación con otras culturas y
creencias religiosas, por la marginación de las mujeres y por los sufrimientos
infligidos a los hijos del pueblo de Abraham. Siete peticiones de perdón,
intercaladas por un breve silencio y la triple invocación "Kyrie eleison"
(Señor, ten piedad), pronunciadas ante un candelabro de siete brazos situado a
los pies del viejo crucifijo de la iglesia romana de San Marcello al Corso,
trasladado expresamente a la basílica de San Pedro.
Si la derecha curial estaba inquieta, la izquierda disidente no le iba a la
zaga. Lo que para unos era excesivo, para otros era demasiado poco. El teólogo
suizo Hans Küng volvió a ser uno de los primeros en criticar al Papa, acusándole
de tibieza. Pero desde la cátedra de San Ambrosio, en Milán, llegó una señal de
apoyo quizá inesperada. El cardenal Carlo Maria Martini, punto de referencia de
tantos católicos reformistas, no dudó en expresar su "cordial unión espiritual"
con el gesto del Pontífice. Martini, uno de los hombres que más han trabajado
por la reconciliación del cristianismo con la tradición judía, interpretó que el
gesto del anciano Papa era de gran calado.
Todo había comenzado dos años antes, el 16 de marzo de 1998, con la publicación
del primer documento de autocrítica de la Santa Sede por la responsabilidad
histórica del cristianismo en el antijudaísmo desde los tiempos del emperador
Constantino. Atención al matiz: antijudaísmo, no antisemitismo. El texto
presentado por el car-
denal australiano Edward Idris Cassidy, en aquel momento presidente de la
comisión de la Santa Sede para las relaciones con el judaísmo, distingue
claramente entre la responsabilidad de los cristianos en la gestación del
antijudaísmo de Occidente, y el antisemitismo nazi, una "ideología pagana", que
sitúa en otro plano. Hecha esta distinción, el documento admite que un secular
prejuicio contra el pueblo judío facilitó la persecución nazi, "conduciendo a
muchos cristianos a la indiferencia y a la insensibilidad".
Una autocrítica de honda significación, matizada, sin embargo, por una firme
defensa del pontificado de Pío XII. Una extensa nota a pie de página explica que
en 1945 el Papa Eugenio Pacelli recibió la gratitud de organizaciones y
personalidades judías por la protección que la Iglesia católica dio a muchos
perseguidos. Una afirmación que, sin embargo, contrasta con el silencio oficial
del Vaticano durante el ascenso y apogeo del nazismo.
La voz de Israel no tardó en hacerse oír. El gran rabino asquenazí Meir Lau, que
dos años después recibiría a Juan Pablo II en Jerusalén con grandes muestras de
afecto, criticó abiertamente el documento vaticano. Meses después el propio
embajador de Israel ante la Santa Sede solicitaba oficialmente que el Vaticano
paralizase el proceso de beatificación de Pío XII. Era el prolegómeno de un gran
debate sobre el papel del "Papa del silencio". ¿Un silencio prudente que le
permitió salvar vidas sin exponer a la Iglesia a las iras de Hitler, o un
silencio cómplice, atenazado por el convencimiento de que el nazismo y el
fascismo eran, en el fondo, un mal menor, un oportuno dique de contención del
comunismo soviético?
El viaje de Juan Pablo II a Israel diluyó en buena medida la irritación israelí
ante la controvertida figura de Pacelli. En Tel Aviv y en Jerusalén, Karol
Wojtyla supo expresar con gran sinceridad el arrepentimiento católico. Nunca un
Papa había llegado tan lejos. Algunos biógrafos de Juan Pablo II buscan el
origen del emotivo abrazo en sus años de infancia y juventud en Polonia, donde
fue testigo de uno de los capítulos más crueles de la persecución antisemita. Es
posible que así sea, aunque el mea culpa wojtyliano también puede interpretarse
como la clave de un gran diseño estratégico para el futuro de la Iglesia.
Pidiendo perdón al pueblo de Abraham, Juan Pablo II quiso reconectar
culturalmente el catolicismo con la tradición judía, y al dar ese paso, subió un
peldaño más en el fatigoso camino que conduce a una posible y aún lejana
reunificación del cristianismo.
Pero aquel 26 de marzo del 2000 en Jerusalén, nadie podía imaginar que
diecisiete meses después negras tormentas agitarían los aires. Después del 11-S,
después del hundimiento del proceso de paz en Oriente Medio y después de la
guerra de Iraq, no ha habido, formalmente, pasos atrás, pero la sonrisa de
reconciliación entre católicos y judíos parece congelada.
LVD
ENRIC JULIANA, corresponsal de ´La Vanguardia´en Roma entre 1997 y el 2000
"La petición de perdón al pueblo judío,en el Muro de las Lamentaciones,en el año 2000,fue un paso que nunca será olvidado ni borrado".
6/4/2005
El Gran Rabino de Israel, Yona Metzguer, declaró que el Papa Juan Pablo II "recorrió, en medio siglo,el camino de 2.000 años de historia", corrigiendo las relaciones de la Iglesia con el pueblo judío.
Israel Lau, ex jefe del Gran Rabinato, superviviente del
holocausto y amigo de Juan Pablo II, declaró que "la petición de perdón al
pueblo judío,en el Muro de las Lamentaciones,en el año 2000,fue un paso que
nunca será olvidado ni borrado".
Lau rememoró la anécdota,surgida en una conversación con Juan Pablo II, en 1993,
en la que el Papa le contó que se acordaba de su abuelo, el rabino Frenkel
Teomim, dirigiéndose los sábados a la sinagoga en Polonia, rodeado de numerosos
niños. "¿Cuántos nietos tenía tu abuelo?", le preguntó el Papa. "Mi respuesta
-cuenta Lau- fue 47". "¿Y cuántos de ellos sobrevivieron?", preguntó el
Pontífice. "Le respondí: sólo cinco. Entonces , me dijo algo que nunca
olvidaré", explica Lau. "Siempre sentí que la humanidad debe asegurar, a su
muerte,el futuro y la continuación de nuestro hermano mayor, el pueblo judío",
le dijo Juan Pablo II.
Israel definió al Papa como "el amigo de los judíos y el Papa de los judíos", y
lamentaba su muerte .
Si, entre un millón de imágenes, se tuviese que elegir el retrato más conmovedor
del pontificado de Karol Wojtyla, seguramente habría que escoger las fotografías
tomadas a las doce del mediodía del domingo 26 de marzo de 2000 ante el Muro de
las Lamentaciones de Jerusalén: un anciano, de blanco, deposita con manos
temblorosas un pedacito de papel en una de las ranuras de la muralla bíblica.
Decía el papel: "Dios de nuestros padres, Tú has escogido a Abraham y a su
descendencia para que tu Nombre fuese llevado a las gentes. Estamos
profundamente apenados por el comportamiento de cuantos en el curso de la
historia han hecho sufrir a estos, tus hijos y, pidiéndote perdón, queremos
comprometernos en una auténtica fraternidad con el pueblo de la Alianza.
Firmado: Juan Pablo II".
Aquella imagen dio la vuelta al mundo,
El documento depositado en el muro de las Lamentaciones y posteriormente
trasladado por las autoridades israelíes al memorial del Holocausto es hijo de
uno de los momentos estelares del largo pontificado de Karol Wojtyla: el jubileo
del 2000.
El tiempo y los sucesores de Juan Pablo II dirán cuál ha sido el peso real de
aquel acto . Pero la historia no podrá pasar por alto dos datos: el
extraordinario impacto que tuvo en la opinión pública y las dificultades de su
lenta gestación intramuros.
Aunque la oración de mea culpa fue limada a última hora por el maestro de
ceremonias de la Santa Sede, monseñor Piero Marini,la tozudez del anciano Papa
pudo más que todas las reticencias curiales.
Todo había comenzado dos años antes, el 16 de marzo de 1998, con la publicación
del primer documento de autocrítica de la Santa Sede por la responsabilidad
histórica del cristianismo en el antijudaísmo desde los tiempos del emperador
Constantino.
El texto presentado por el cardenal australiano Edward Idris Cassidy, presidente
de la comisión de la Santa Sede para las relaciones con el judaísmo, distingue
entre la responsabilidad de los cristianos en la gestación del antijudaísmo de
Occidente, y el antisemitismo nazi, una "ideología pagana", que sitúa en otro
plano.
El documento admite que un secular prejuicio contra el pueblo judío facilitó la
persecución nazi, "conduciendo a muchos cristianos a la indiferencia y a la
insensibilidad".
En Tel Aviv y en Jerusalén, Karol Wojtyla expresó el arrepentimiento católico. Y
esto es algo que merece recalcarse.
Fte Cidipal