Karol Wojtila y el judaísmo
El coraje de pedir perdón. Por Marcos Aguinis
4/4/2005
Uno de los ejemplos sobresalientes de Juan Pablo II fue pedir perdón en forma solemne y profunda. Aunque en la teología y las tradiciones cristianas cuenta el perdón con numerosos pilares de sustento, era difícil encontrar manifestaciones claras de reconocimiento a los errores y pecados cometidos por la grey católica y la jerarquía eclesiástica a lo largo de dos milenios.
La
Iglesia exhibía junto a su sólida estructura y vasto poder una firme resistencia
a la humildad que exige el pedido de perdón. Se consideraba que eso agrietaría
el prestigio de la divina institución y provocaría confusión entre los fieles.
Era evidente que muchos de sus ministros habían cometido faltas reñidas con el
mensaje del Evangelio; era evidente también que hubo pecados por acción y
omisión, y que muchas veces no se respondió con dignidad a las exigencias
planteadas por los duros conflictos de la historia. Pero no se los condenaba de
manera convincente y el mundo parecía resignado a la que Iglesia no hiciera
autocríticas.
Juan Pablo II tuvo el coraje de abrir un surco. En vísperas del tercer milenio
decidió pedir perdón por los grandes pecados cometidos por la grey católica.
Muchos fieles sintieron el sacudón de una iniciativa temeraria. Recuerdo que
algunos se preguntaron si las demás religiones también harían un reconocimiento
público de sus pecados. Sin embargo, voces católicas lúcidas se encargaron de
explicar que este pedido de perdón no era una negociación para obtener
beneficios de coyuntura, sino un esfuerzo para limpiar el espíritu de lastres y
equivocaciones.
Algunos de los pedidos de perdón parecían lógicos; otros provocaron asombro.
Entre ellos figuraba la condena a las Cruzadas. En Occidente, las Cruzadas
habían adquirido la grandiosidad de las epopeyas. Esas guerras facilitaron un
conocimiento más profundo entre los dos bloques que dividían gran parte de la
Tierra. "Cruzado" y "cruzada" se convirtieron en palabras asociadas a las
acciones nobles. Pero la historia no opina igual, porque sus objetivos
degeneraron a causa de ambiciones espurias, matanzas y pillajes.
Juan Pablo II pidió perdón por los daños que cometió la Inquisición. Pese a la
documentación que revela sus rasgos cancerígenos para la Iglesia, además de los
perjuicios desparramados siglo tras siglo en Europa y América, permanecía la
reticencia a condenarla de forma contundente. En Lima, cuando se inauguró el
Museo de la Inquisición donde había funcionado con asesino rigor, hubo protestas
de la jerarquía eclesiástica y varias asociaciones católicas. Juan Pablo II la
condenó sin rodeos ni clemencia.
Pidió perdón por el antisemitismo. No sólo ardía en su pecho la atrocidad del
Holocausto que conoció de cerca, sino la necesidad de restañar las heridas que
millones de católicos infligieron a los judíos durante mil setecientos años. El
Holocausto fue la culminación de horribles prédicas y una sostenida
discriminación. Juan Pablo II convirtió el odio a los judíos en pecado. Esta
postura enlaza con numerosas manifestaciones de su amor al pueblo de Israel. Fue
el primer papa que visitó la sinagoga de Roma y allí lanzó la frase: "Los judíos
son nuestros hermanos mayores en la fe". Dio el paso que no pudo concretar Juan
XXIII: reconocer al Estado de Israel y establecer con él relaciones
diplomáticas. Luego viajó a ese país con espíritu fraterno. Oró en el Museo del
Holocausto de Jerusalén y decidió orar también ante el Muro de los Lamentos,
donde realizó algo que hasta ese momento sólo practicaban los judíos: dejar
entre las grietas del muro un mensaje dirigido a Dios.
No es fácil pedir perdón. Ese gesto en apariencia simple exige armarse de
humildad, señalar como malo algo que se consideraba bueno y comprometerse a no
repetir la falta. El pedido de perdón, entre gente responsable, no es una
ligereza. La actitud de Juan Pablo II se convirtió en un modelo. Poco después,
el presidente de Alemania viajó a Jerusalén y ante el Parlamento israelí pidió
perdón por el Holocasuto. Luego el presidente Clinton viajó al Africa y pidió
perdón por la esclavitud. Juan Pablo II, merece la gratitud de todos los que
aspiramos a mayores cuotas de armonía en todo el planeta.
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